Para nadie es un secreto la fama que tiene Sevilla de ser cuna de los mejores toreros, ni la de su plaza de toros que ha visto las tardes de mayor gloria de muchos maestros matadores. La tradición taurina de la capital andaluza es legendaria, y no voy a ser yo el que le ponga ni un más ni un menos a esta leyenda.
Pero si Sevilla tiene otra fama que tampoco se puede negar, es la de ser una ciudad que enamora, por sus paisajes, sus calles, sus monumentos y sus gentes, claro que sí. Y desde luego, es uno de esos lugares que invitan a enamorarse, o al menos, a practicar mucho los preliminares, aunque no llegue uno a un final tan serio. Recorriendo muchos de los rincones de la ciudad, uno no puede dejar de pensar en El Burlador de Sevilla y su protagonista Don Juan Tenorio, el amante universal por antonomasia, que seducía a toda falda que se encontraba en menos que cantaba un gallo, y eso que no había esa libertad en las relaciones sexuales que se supone tenemos ahora.
Con perdón de los taurinos, eso sí que era un matador de primera. No había dama que se le pusiera por delante y saliera indemne, sin que le clavara las banderillas y se llevara las dos orejas en la faena. Y puestos a las analogías, no pudo encontrar una mejor plaza para lucirse que las calles de Sevilla, porque el escenario no puede ser más dado a romances, misterios, seducciones, fugas y, por supuesto y sin que nadie lo dude, a muchos «aquí te pillo, aquí te mato» . Los callejones estrechos de la ciudad, los parques al aire libre llenos de rincones privados entre los árboles, los muchos edificios de grandes dimensiones llenos de esquinas ocultas a los ojos de los transeúntes… Vamos, que el que no pille cacho aquí, es porque no quiere, o no lo intenta como tiene que ser.
La fiesta nacional está de capa caída, pero eso es otra historia que poco tiene que ver con el asunto de este blog. A Sevilla hay que venir, sí, pero lo mejor es tener razones para quedarse; y no conozco razones mejores que el realizar la mejor faena de tu vida retomando la mejor tradición de Don Juan, y no dejando que ninguna de sus bellas mujeres (que haberlas, haylas) pase por tu lado sin haberla intentado capear y rematar como los grandes matadores.